sábado, 27 de noviembre de 2021

 IGLESIA Y SOCIEDAD

BREVE HISTORIA DE LA COMUNIÓN EN LA MANO. ORIGEN HISTÓRICO DE SU USO Y DESUSO

 «La administración del Cuerpo de Cristo corresponde al sacerdote
por tres razones: porque él consagra en la persona de Cristo…
 porque el sacerdote es el intermediario designado
entre Dios y el pueblo… porque por reverencia a este  Sacramento,
nada lo toca sino lo que está consagrado”
(Santo Tomás de Aquino, S. Th, III, q. 82, a. 13)

Por: P. Javier Olivera Ravasi

A raíz de varias consultas sobre el tema de la posibilidad o no de la comunión en la mano, nos hemos visto obligados a resumir su historia, su conveniencia e inconveniencia, basándonos, principalmente, en el excelente trabajo de Mons. Juan Rodolfo Laise titulado, La comunión en la mano. Documentos e historia, Vórtice, Buenos Aires 2005, 152 pp (1), al cual remitimos.

Con las presentes líneas sólo hemos querido acercar al público en general la historia del uso y desuso de esta práctica hoy en día tan extendida que comenzó siendo un permiso excepcional y hoy parece norma general.

1) Contexto del permiso para recibir la comunión en la mano

En el documento de Pablo VI titulado “Memoriale Domini. De modo Sanctam Communionem ministrandi[2] del año 1969, el Papa planteaba que, en algunos lugares, se venían cometiendo diversos abusos litúrgicos al impartir la Sagrada Comunión en la mano con la excusa de que se seguía, de ese modo, un uso antiguo.

Puntualmente, la práctica era seguida en diversos países de tradición protestante (Holanda, Alemania, Bélgica, etc.) que, por aquel entonces, sufrían una enorme pérdida de la Fe (recordemos el famoso “Catecismo holandés”, que debió ser corregido por el mismo Pablo VI), poniendo en duda la presencia real de Cristo en la Eucaristía, negando cualquier clase de presencia en las partículas o fragmentos de hostia, al mismo tiempo en que no se distinguía con claridad entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial.

Es decir: era un tiempo de crisis de Fe, de allí que Roma rogase “prevenir todo peligro de que penetren… falsas opiniones sobre la Santísima Eucaristía”, sostenidas, justamente, por los promotores de la desobediencia.

2) Una excepción que se volvió regla

Ante la práctica generalizada en estos países, la Santa Sede se vio obligada a actuar y reafirmar que la comunión en la boca no sólo era la práctica que “ya debe considerarse tradicional” en la Iglesia (MD, 1278) sino que el dar la comunión en la mano podía conllevar ciertos peligros, a saber: “el que se llegue ya a una menor reverencia hacia el augusto Sacramento del altar, ya a la profanación del mismo Sacramento, ya a la adulteración de la recta doctrina” (MD, 1279).

Se realizó entonces una encuesta entre la mayoría de los obispos del mundo sobre qué convenía hacer ante los abusos: la respuesta fue categórica: la inmensa mayoría determinó que debía seguirse con la forma de administrar la comunión (de rodillas y en la boca), pero… ¿qué hacer en aquellos países donde la costumbre se hubiese, ilegítimamente, arraigado?

Y se respondía: “si en alguna parte el uso contrario… se hubiera arraigado ya, la misma Sede Apostólica… confía a estas mismas Conferencias la carga y el oficio de sopesar las circunstancias peculiares, si las hay, con la condición, sin embargo, tanto de prevenir todo peligro de que penetren en los espíritus la falta de reverencia o falsas opiniones sobre la Santísima Eucaristía” (MD, 1282).

Es decir: dejaba en las manos de las Conferencias Episcopales (la reunión de obispos de cada país) que votasen y, luego, comunicasen a Roma su decisión, dejando –eso sí– libertad a cada obispo en su diócesis.

El documento se completaba con una Carta Pastoral en la que se concedía a las Conferencias Episcopales el indulto (permiso) de distribuir a los fieles la Sagrada Comunión en la mano, siempre y cuando ese modo de recibir la comunión ya fuese frecuente allí por la costumbre, dejando en claro que: “La nueva manera de comulgar no deberá ser impuesta de modo que excluya el uso tradicional… De modo que cada fiel tenga la posibilidad de recibir la Comunión sobre la lengua” (n. 1285, 1) por lo que el “el rito de la Comunión dada en la mano no debe ser aplicado sin discreción” (n. 1286, 2).

Es decir, se trataba de una excepción y de un indulto (un “perdón” o “permiso excepcional”).

3) El caballito de batalla: “los primeros cristianos comulgaban así”

Quienes han argumentado el tema de la comunión en la mano han hecho uso siempre de un arcaísmo litúrgico, es decir, “los primeros cristianos lo hacían así”.

Sobre el tema, el mismo Papa Pío XII decía, refiriéndose a quienes intentan hacer renacer “lo que se hacía antes”, sin demasiado criterio, lo siguiente: “la liturgia de los tiempos pasados merece ser venerada sin ninguna duda; pero un uso antiguo por el mero hecho de su antigüedad no ha de ser considerado más apto y mejor ya en sí mismo (Mediator Dei, nº 43).

La vuelta a una forma antigua no es por sí misma un motivo de tranquilidad. Menos aún cuando esa forma fue abandonada en algún momento, desechada luego y finalmente prohibida por su imperfección.

Como sucedió con la comunión en la mano…

Casualmente –y aunque parezca una paradoja– que debe hacerse siempre y en todo lugar lo que se hizo antes son normalmente los primeros en atacar, por ejemplo, la misa tradicional, la comunión de rodillas, el canto gregoriano, etc., etc.

Además; si debiésemos seguir en todo a los “primeros cristianos”, sin más criterio que “porque antes se hacía así”, deberíamos:

– Consagrar la Eucaristía sobre la piel de un asno (como algunos nestorianos hacían).

– Dejar de comulgar habitualmente (antes se comulgaba apenas una vez al año o en fiestas y solemnidades importantes).

– Sentarnos por separados, hombres y mujeres.

– Celebrar de cara a Dios.

– Ayunar desde la noche anterior.

–  Para las mujeres, usar el velo.

Es decir: “todo tiempo pasado fue mejor”, cuando conviene.

4) ¿Cómo comulgaban los primeros cristianos y por qué dejaron de hacerlo así?

Los testimonios antiguos en este sentido son múltiples y no siempre uniformes.

Uno de los más famosos y más manoseados, quizás resulte el de San Cirilo de Jerusalén (S IV) que narra así el rito de la comunión:

“Acercándote por lo tanto, no lo hagas con las palmas de las manos separadas, ni con los dedos apartados, sino haz con la izquierda un trono para la derecha ya que esta mano está a punto de recibir al Rey. Haciendo el hueco con la palma, recibe el Cuerpo de Cristo, añadiendo ‘Amén’… ¿Porque dime: si alguno te diese unas limaduras de oro ¿no las guardarías con toda diligencia procurando no perder nada de ellas? ¿No procurarás, pues, con mucha más diligencia que no se te caiga ninguna migaja de lo que es más precioso que el oro y las piedras preciosas?… “Y después de que hayas tomado el Cuerpo de Cristo y hayas recibido el cáliz de la Sangre, no estires tus manos sino inclínate haciendo un acto de reverencia y profunda veneración y di ‘Amén’ y santifícate tomando la Sangre de Cristo también. Mientras la humedad esté todavía sobre tus labios, tócalos con tus manos y santifica tus ojos, tu frente, y todos tus otros órganos sensoriales. Finalmente, da gracias a Dios, que te ha considerado digno de tales misterios”.

Hasta aquí, el texto atribuido a San Cirilo que, por lo extraño de la última parte (la de tocarse los sentidos externos) ha sido considerado dudoso o, al menos, con partes interpoladas.

Otros autores antiguos también narran algo parecido al momento de explicar el rito de la comunión:

Tertuliano, dice: “cuidamos escrupulosamente que algo del cáliz o del pan pueda caer a tierra”; San Hipólito recomienda: “cada uno esté atento… que ningún fragmento caiga y se pierda, porque es el Cuerpo de Cristo que debe ser comido por los fieles y no despreciado”; San Efrén: “comed este pan y no piséis sus migas… una partícula de sus migas puede santificar a miles de miles y es suficiente para dar vida a todos los que la comen”; y Orígenes: “Con qué precaución y veneración, cuando recibís el Cuerpo del Señor, lo conserváis de manera que no caiga nada o se pierda algo del don consagrado. Os consideraríais justamente culpables si cayese algo en tierra por negligencia vuestra”.

Todos estos autores, vale decirlo, narraban el rito mientras la Iglesia carecía de libertad, es decir, en tiempos de persecución, antes del Edicto de Milán y la relativa paz que trajo Constantino (313) de allí que, casi por la misma época, otros autores narrasen expresamente el contexto de esa «comunión en la mano», como es el caso de San Basilio Magno (330-379):

“No hace falta demostrar que no constituye una falta grave para una persona comulgar con su propia mano en épocas de persecución cuando no hay sacerdote o diácono» (Carta 93)

Esto ha hecho que, algunos estudiosos hayan planteado que la comunión en la mano se dio, en los primeros siglos, con mucha reverencia siempre, a causa de la persecución que se padecía y en tiempos en que no había diáconos o sacerdotes que pudiesen administrarla (vgr. Leclercq, «Comunión» en el Dictionnaire d’Archéologie Chrétienne).

Sin embargo, ese argumento, no parece convencer del todo pues, como narra el Cardenal Du Perron al refutar al hereje Du Plessis Mornay (quien aducía que, porque antes se comulgaba en la mano, no habría conciencia de la presencia real de Cristo en la Eucaristía entre los primeros cristianos) la eucaristía se daba incluso en tiempos en que la persecución primera había pasado ya, sobre todo, en los lugares alejados de Roma.

Sin embargo, pasado el tiempo y poco a poco, la Iglesia comenzó mutar al respecto, como se lee ya en el Concilio de Zaragoza (a. 380), otro será el planteo de la Iglesia: «Excomúlguese a cualquiera que ose recibir la Sagrada Comunión en la mano» o el Sínodo de Roma del año 404, celebrado bajo el Papa Inocencio I, en el cual se impone el rito de la Comunión en la lengua, o el Concilio de Rouen (año 650) donde se dice: «No se coloque la Eucaristía en las manos de ningún laico o laica, sino únicamente en su boca” o el de Constantinopla: (680-681): «Prohíbase a los creyentes tomar la Sagrada Hostia en sus manos, excomulgando a los transgresores»; o el Sínodo de Ruán (año 878): “No se debe entregar la Eucaristía en manos de ningún laico, hombre o mujer, sino solamente en la boca. Si alguien transgrediese esto, dado que desprecia a Dios omnipotente, y no rinde honor a cuanto en él hay, que sea excluido del altar”.

A primera vista, podría decirse que, la comunión en la mano, comenzó siendo el uso normal de la Iglesia que nació en tiempos de persecución. Con el tiempo, sin embargo y a medida que el mundo conocido iba siendo evangelizado el uso se mantuvo pero volcándose, poco a poco, a la praxis de la comunión en la boca por mano de los clérigos y -siempre- con extrema veneración, de allí que Pablo VI, en MD, indique que: “consta que los fieles creían y con razón, que pecaban… si, habiendo recibido el cuerpo del Señor y conservándolo con todo cuidado y veneración, algún fragmento caía por negligencia”.

Es por todo esto que, a nuestro juicio, sería engañar a los fieles sin contextualizar el cómo se daba esa «comunión en la mano» en la “Iglesia primitiva”.

Veamos, sin querer abundar, el espíritu con que se hacía; para ello nos puede servir el ejemplo de la secta de los nestorianos, existente aún hoy (quizás los cismáticos más antiguos que existen hoy en día, cuyo origen se remonta al siglo V). Así se narra el rito de la comunión:

“Acercándote por lo tanto, no lo hagas con las palmas de las manos separadas, ni con los dedos apartados, sino haz con la izquierda un trono para la derecha ya que esta mano está a punto de recibir al Rey. Haciendo el hueco con la palma, recibe el Cuerpo de Cristo, añadiendo ‘Amén’… ¿Porque dime: si alguno te diese unas limaduras de oro ¿no las guardarías con toda diligencia procurando no perder nada de ellas? ¿No procurarás, pues, con mucha más diligencia que no se te caiga ninguna migaja de lo que es más precioso que el oro y las piedras preciosas?… “Y después de que hayas tomado el Cuerpo de Cristo y hayas recibido el cáliz de la Sangre, no estires tus manos sino inclínate haciendo un acto de reverencia y profunda veneración y di ‘Amén’ y santifícate tomando la Sangre de Cristo también. Mientras la humedad esté todavía sobre tus labios, tócalos con tus manos y santifica tus ojos, tu frente, y todos tus otros órganos sensoriales. Finalmente, da gracias a Dios, que te ha considerado digno de tales misterios”.

Mons. Athanasius Schneider, experto en Patrística e Iglesia primitiva, explica que hay una enorme diferencia entre la forma de comulgar en la Iglesia primitiva y la actual práctica de la comunión en la mano:

En la Iglesia primitiva había que purificar las manos antes y después del rito, y la mano estaba cubierta con un corporal, de donde se tomaba la forma directamente con la lengua. Tras sumir la Sagrada Hostia el fiel debía recoger de la mano con la lengua cualquier mínima partícula consagrada. Un diácono supervisaba esta operación[3].

Nos preguntamos: quienes defienden el comulgar en la mano “porque así se hacía antes”, ¿comulgarán hoy de la misma manera? Pues bien, independientemente de si el uso de la comunión en la mano se dio en tiempos de persecución o no (cosa que, al parecer, es bastante discutida entre los historiadores de la liturgia), el tema más importante es que, la Iglesia, en un momento, cambió de postura al respecto y comenzó a distribuirla en la boca.

5) Un uso que la tradición interrumpió y hasta prohibió

Pero, si no constituía (ni constituye per se un sacrilegio); si en los primeros tiempos se hacía con enorme devoción…, entonces: ¿por qué la Iglesia, en un momento de la historia, llegó a prohibir este uso?

Según señala el gran historiador Jungmann, “esta costumbre de entregar la Eucaristía en la mano traía consigo el peligro de abusos… Con todo, más que el temor a los abusos, influyó, sin duda, la creciente reverencia al sacramento a que se diese más tarde la sagrada forma directamente en la boca” (El Sacrificio de la Misa, B.A.C., Madrid 1963, pp. 942 ss.). Es decir: se trató del desarrollo y profundización del dogma del misterio de la Transubstanciación lo que llevó a que, con el tiempo, la reverencia fuese más y más crecida hasta que la Iglesia, comenzando por Roma y hacia afuera, comenzó a mandar que la eucaristía se diese en la boca.

Se cuenta que la reverencia era tan grande entre los siglos XIII y XV, que muchos sacerdotes llegaban a comulgar tomando la hostia directamente de la patena con la lengua (uso exagerado testimoniado por San Buenaventura y por las rúbricas de varios misales del siglo XV).

Es el mismo Papa Pablo VI el que, en Memoriale Domini plantea las causas de este cambio: “después de que la verdad del misterio eucarístico, su eficacia y la presencia de Cristo en el mismo fueron escrutadas más profundamente, por urgirlo ya el sentido de la reverencia hacia este Santísimo Sacramento, ya el sentido de la humildad con la que es preciso que éste sea recibido, se introdujo la costumbre de que el ministro pusiese por sí mismo la partícula de pan consagrado en la lengua de los que recibían la comunión” (MD, 1276).

Tres razones entonces llevaron a la Iglesia a cambiar el uso anterior:

– El conocimiento de la verdad del misterio eucarístico.

– La reverencia hacia el Santísimo Sacramento.

– La humildad que conlleva recibirlo de esta manera.

Y este cambio se produjo en la Iglesia universal (es decir tanto en Oriente como en Occidente).

Tan notorio era el significado de reverencia de recibirlo en la boca que varios “reformadores” protestantes (como Martín Bucero, asesor de la reforma anglicana), se esforzaron rápidamente en cambiar el uso de la comunión en sus países, introduciendo la comunión en la mano para que sus fieles, ni pensaran en la presencia real de Cristo, ni hicieran distinción entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial.

6) La mejor forma de rendir culto: en la boca

Uno podría preguntarse: ¿hay una mejor forma de recibir la Eucaristía? Y la Iglesia ha respondido que sí: en la boca. Y esto no hace a una persona más santa que la otra (eso sería fariseísmo), sino simplemente a ser humilde y a recibir el Santísimo Sacramento, como la Iglesia lo ha mandado, incluso al día de hoy.

La comunión en la mano ha sido, en nuestros tiempos -que no en los antiguos-, una excepción que intentaba subsanar un abuso litúrgico especialmente, en los países de tendencia protestantizante, de allí que según el documento Memoriale Dominise enseñe que hay un modo que es mejor que otro pues, con la comunión en la boca, “se asegura más eficazmente la distribución reverente, decorosa y digna de la Eucaristía, se aparta todo peligro de profanación y se guarda más perfectamente el cuidado para con los fragmentos de hostia”.

7) ¿Se puede negar la comunión en la boca?¿Se puede imponer la comunión en la mano, de cualquier modo?

La respuesta merece una aclaración previa. La normativa vigente impide que se imponga la comunión en la mano así porque sí.

Así lo dice la misma Instrucción Redemptionis Sacramentum:

«Todas las normas referentes a la liturgia, que la Conferencia de Obispos determine para su territorio, conforme a las normas del derecho, se deben someter a la recognitio de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, sin la cual, carecen de valor legal.[28]

Por «recognitio», se entiende en derecho canónico, el acto de la autoridad eclesiástica que toma conocimiento de un acto de otra autoridad u organismo subordinado y le da su visto bueno para que pueda surtir plenos efectos jurídicos.

Y se aclara: «En la distribución de la sagrada Comunión se debe recordar que «los ministros sagrados no pueden negar los sacramentos a quienes los pidan de modo oportuno, estén bien dispuestos y no les sea prohibido por el derecho recibirlos» ( cfr. 177). Por consiguiente, cualquier bautizado católico, a quien el derecho no se lo prohíba, debe ser admitido a la sagrada Comunión. Así pues, no es lícito negar la sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie» [91].

Y es por ello que nadie puede ser obligado a recibirlo en la mano y todos pueden recibirlo en la boca y, si quieren, de rodillas, como ha señalado la Sagrada Congregación para el Culto divino al decir que “aún en aquellos países donde esta Congregación ha aprobado la legislación local que establece el permanecer de pie como la postura para recibir la Sagrada Comunión… lo ha hecho con la condición de que a los comulgantes que escojan arrodillarse no les será negada la Sagrada Comunión Los sacerdotes deben entender que la Congregación considerará cualquier queja futura de esta naturaleza con mucha seriedad, y si ellas se verifican, actuará disciplinaramente en consonancia con la gravedad del abuso pastoral”[4].

8) Objeciones frecuentes y respuestas

a. Es sólo una vuelta a la práctica primitiva

Falso: la comunión en la mano, a lo que nos ha llevado, no es a las fuentes de la Iglesia primitiva, reverente y venerante del Santísimo Sacramento, sino una postura cercana al protestantismo, donde el Santísimo Sacramento puede verse devaluado.

b. Es más acorde a la dignidad del cristiano y corresponde a una etapa de adultez

La Iglesia, por medio del documento de Pablo VI (MD) dice que es preciso recibir la Eucaristía con humildad (“de los que se hacen como niños es el reino de los cielos”, decía el Señor) y que éste fue, justamente, uno de los motivos para comenzar a comulgar en la boca.

Además, la dignidad del cristiano ya queda suficientemente destacada por el hecho de poder recibir en la comunión el cuerpo y la sangre del Señor.

c. Comulgar en la mano trae una mayor conciencia del “sacerdocio común de los fieles”

El sacerdocio común está ya suficientemente expresado por la posibilidad de participar en la liturgia y recibir la Comunión, cosas que sólo puede hacer un bautizado. Se halla muy difundida, sin embargo, una concepción exagerada del sacerdocio común que ignora por completo la distinción esencial entre éste y el sacerdocio ministerial.

d. Tan digna la mano como la boca

Estrictamente hablando todas las partes del cuerpo son dignas pero en cualquier cultura hay partes del cuerpo que son consideradas nobles y otras innobles, pudendas y no pudendas. Y no es necesario ejemplificar.

Además, las manos del fiel se distinguen de las manos del sacerdote porque estas últimas fueron especialmente ungidas para tocar el Cuerpo del Señor desde su ordenación sacerdotal (así lo decía Juan Pablo II: “El tocar las Sagradas Especies, su distribución con las propias manos, es un privilegio de los ordenados y señala una participación activa en el ministerio de la Eucaristía”; Domin. cenae, 11”).

e. Respeto a la libertad de los fieles

Si se propone a los fieles elegir, sin advertir los peligros que este uso conlleva, en realidad se les está ocultando la verdad y, “sólo la verdad os hará libres.

f. Está más acorde a la sensibilidad actual en lo que respecta a la higiene

El punto no tiene ningún apoyo en la tradición o el magisterio.

Se plantea que el presunto peligro de contagio de enfermedades sólo se evitaría prohibiendo la Comunión en la boca (o permitiendo el “autoservicio”) pues de lo contrario, aun comulgando en la mano, la hostia que se recibe es tocada por los dedos del ministro que pueden haber tenido contacto con una enfermedad contraída por medio de la mano del otro.

Hasta aquí entonces, un simple resumen acerca de este tema tan controvertido que, muchas veces, en vez de ser sopesado con serenidad, embandera posturas ideológicas más que verdades lógicas.

Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar. Sea por siempre bendito y alabado.

 


(1) La mayoría de las citaciones han sido tomadas del libro de Mons. Laise, al cual remitimos.

(2) Desde ahora, MD.

(3) https://www.religionenlibertad.com/polemicas/17082/la-comunion-en-la-mano-no-tiene-nada-que-ver-con.html

(4) Congregatio de Cultu Divino et Disciplina Sacramentorum, Prot Nº 1322/02/L.

martes, 5 de enero de 2021

ErmitañoUrbano: https://www.quenotelacuenten.org/2021/01/04/transc...

ErmitañoUrbano: https://www.quenotelacuenten.org/2021/01/04/transc...:   Transcripción de una entrevista   enero 4, 2021     Que No Te La Cuenten   0 comentarios Entrevista realizada por el P.  Nilton Bustamante...

Transcripción de una entrevista

Entrevista realizada por el P.  Nilton Bustamante Vásquez, mCR, a Mons. Athanasius Schneider sobre Cuestiones doctrinales, morales y litúrgicas de la Iglesia, el 27 de diciembre de 2020. La misma es un excelente resumen del libro Christus vincit, de reciente aparición (puede adquirirse aquí).

Temas conforme a las preguntas: 

1) Vocación; 2) Diferencia entre magisterio ordinario y extraordinario; 3 y 4)) Adhesión al magisterio; 5) Liturgia tradicional; 6) La «oración de alabanza»; 7) Aborto e infanticidio; 8) La educación de los hijos; 9) Vacunas; 10) Pastores y esperanza cristiana; 11) Nueva evangelización y globalización.

 


1. ¿Cómo nace su vocación sacerdotal? ¿Su familia fue un factor importante para su vocación? ¿El ejemplo de algún sacerdote?

            En mi vocación sacerdotal, dos sacerdotes fueron fundamentales para influir en mi vida. En primer lugar, el beato Aleksyi Zaritski, un sacerdote mártir ucraniano de la época de la iglesia clandestina en la Unión Soviética, que murió como mártir en 1963 en una prisión cerca de Karaganda en Kazajstán. En mi libro «Dominus est» y «Christus vincit» conté la historia de cómo mi madre escondió al padre Aleksyi de la policía en 1958 en las montañas de los Urales. Este sacerdote era el confesor de mis padres. Mis padres siempre nos hablaban del padre Aleksyi y nos decían que no habían encontrado en su vida un sacerdote tan santo como él. Mi padre recordaba a menudo, cuando ya era sacerdote, el ejemplo verdaderamente sacerdotal y apostólico del padre Aleksyi. Pasó noches enteras confesando a los fieles, predicando las verdades de la fe de pie en una pequeña silla para ser mejor visto y oído por los fieles. Cuando predicaba, su rostro estaba pálido y sudaba, ya que estaba exhausto después de tantas horas de escuchar confesiones en una pequeña habitación en las chabolas del gueto alemán en los Urales. Fue un sacerdote completamente dedicado a la salvación de las almas. Fue un verdadero apóstol y misionero. El Beato Aleksyi Zarytsky estuvo presente en mi vida cuando tenía un año. En ese momento vino en secreto desde Karaganda (en Kazajstán) a Tokmok en Kirguistán, donde vivíamos, y celebró una Santa Misa en nuestra casa. Mi madre me metió en el cochecito colocándolo a un lado de la mesa, donde el Beato Aleksyi celebró la Misa. De esta manera, a la edad de un año, me convirtió, por así decirlo, en un monaguillo. El otro sacerdote era el padre Janis Pavlovskis, un sacerdote capuchino de nacionalidad letona, que era el párroco de la iglesia en la ciudad de Tartu en Estonia, donde íbamos regularmente a misa, a unos 100 km cuando vivíamos en Estonia. Con él hice mi primera confesión y él me dio mi primera comunión. Este sacerdote murió en el año 2000 en Riga, Letonia, con la fama de santidad.

2. ¿Nos puede explicar la distinción entre Magisterio Ordinario y Extraordinario? En relación al Magisterio Ordinario, que no son actos definitivos de la enseñanza de la Iglesia, ¿nuestra adhesión debe ser siempre incondicional y absoluta?

            La adhesión incondicional y absoluta solo se puede dar a una verdad revelada por Dios. Por tanto, cuando el Magisterio de la Iglesia propone al fiel una verdad revelada por Dios, el fiel está obligado a aceptarla incondicionalmente. En este caso, sin embargo, el Magisterio debe decir de manera muy inequívoca que ésta es una verdad revelada por Dios. Y eso es lo que hace el magisterio, es decir el Papa solo o un concilio ecuménico general cuando finalmente proclama una verdad como dogma, o «ex cathedra». En estos casos, la enseñanza del Magisterio es infalible, no por su propia fuerza, sino por la asistencia del Espíritu Santo, que en tales casos guarda la Iglesia del error. Esto solo ocurre en casos especiales y es por eso que tal declaración se llama declaración del Magisterio extraordinario de enseñanza.

            Contradice la vasta tradición de la Iglesia Católica de considerar y designar todas las declaraciones del Magisterio de la Iglesia como infalibles. Desde el principio siempre se ha hecho una necesaria distinción entre cuando el magisterio habla de manera definitiva y extraordinaria y cuando el Magisterio hace declaraciones y decisiones pastorales, disciplinarias. Una infalibilización total del Magisterio contradice la tradición católica. En el caso de las declaraciones y decisiones pastorales, disciplinarias y no definitivas Dios no le ha dado al Magisterio una garantía de infalibilidad, como ha demostrado la historia en algunos casos. Una de las esenciales tareas del Magisterio consiste en eso: rodear la verdad con suficiente seguridad para que estén cerrados las puertas a cualquier interpretación errónea herética.

3. ¿Debemos adherirnos a ciegas a todas las enseñanzas de un documento firmado por el Papa o a documentos de los Concilios Ecuménicos? ¿Ha habido algún caso en la historia de la Iglesia en la que algún Papa o Concilio hayan tenido afirmaciones heréticas, ambiguas?

            Por ejemplo, el primer Papa San Pedro erró en su magisterio práctico cuando se comportó públicamente de manera hipócrita en Antioquía, y así socavó las claras decisiones del Concilio de los Apóstoles de Jerusalén en la práctica con respecto a la invalidez de las prescripciones meramente rituales de la Antigua Ley. El Papa Liberio erró cuando él, en el siglo IV, durante la época de la herejía arriana, firmó un Credo muy ambiguo y así favoreció la herejía; y este Papa también excomulgó a San Atanasio, el gran defensor de la fe. El Papa Honorio I en el siglo VII promovió la herejía del monotelismo en dos documentos papales oficiales porque no la condenó y realizó declaraciones muy vagas. El Papa Juan XXII en el siglo XIV ha difundido y defendido el error en varios sermones de que los santos tendrán la visión beatífica de Dios solo después del Juicio Final.

            El actual Papa Francisco ha realizado varias declaraciones, incluso en algunos documentos oficiales, como Amoris Laetitia, Fratelli Tutti, en el documento interreligioso de Abu Dhabi, donde algunas verdades de fe se socavan y facilitan la interpretación herética. Algunas declaraciones del Concilio Vaticano II contienen ambigüedades y, por lo tanto, están abiertas a una interpretación herética. A lo largo de la historia se han dado casos de afirmaciones no definitivas de concilios ecuménicos que más tarde, gracias a un sereno debate teológico, fueron matizadas o tácitamente corregidas (por ejemplo, las afirmaciones del Concilio de Florencia con relación al sacramento del Orden, según el cual, la materia la constituía la entrega de instrumentos, cuando la más cierta y constante tradición afirmaba que bastaba con la imposición de manos por parte del obispo; esto fue confirmado por Pío XII en 1947). Si después del Concilio de Florencia los teólogos hubieran aplicado ciegamente el principio de la “hermenéutica de la continuidad”, a dicha declaración del Concilio de Florencia (que es objetivamente errónea), defendiendo la tesis de que la entrega de instrumentos como materia del sacramento del Orden se ajustaba al Magisterio constante, probablemente no se habría llegado a un consenso general de los teólogos con respecto a la verdad que afirma que sólo la imposición de manos por el obispo constituye la verdadera materia del sacramento del Orden.

            Hubo otras afirmaciones y decretos de los Concilios Ecuménicos, que no tenían un carácter doctrinal, sino pastoral o disciplinario, pero que, sin embargo, eran erróneos y que luego quedaron obsoletos o fueron en la práctica corregidos por los Papas. El III Concilio Ecuménico de Letrán (1179) estipuló en el Canon 26 que ni los judíos ni los musulmanes podían emplear cristianos como trabajadores en sus hogares. También dijo que los cristianos que se atrevieron a vivir en casas de judíos y musulmanes deberían ser excomulgados. ¿Puede la Iglesia Católica hoy todavía mantener tal afirmación hecha por un Concilio Ecuménico? El IV Concilio Ecuménico de Letrán tituló otra Constitución (Constitución 26) «Los judíos deben distinguirse de los cristianos por su vestimenta». Y la Constitución 27 establece que los judíos no deben ocupar cargos públicos.

4. El estar en desacuerdo con algunas enseñanzas de los Concilios (concretamente del Vaticano II) y con algunas enseñanzas de los Papas (que no son Magisterio Extraordinario) ¿es un acto de desobediencia a la Iglesia, de rebeldía, de racionalismo? y que, por lo tanto, ¿no se está en comunión con la Iglesia?

            En este caso ciertamente no se trata de un acto de rebelión, desobediencia o racionalismo. Si fuera así, San Pablo también sería rebelde y desobediente cuando al primer Papa Pedro lo reprendió públicamente por su comportamiento erróneo. La obediencia al Magisterio no es ciega ni incondicional, tiene límites. Donde hay pecado, mortal o de otro tipo, no solo tenemos el derecho, sino el deber de desobedecer. Esto también se aplica en circunstancias en las que se le ordena a uno hacer algo dañino para la integridad de la fe católica o el carácter sagrado de la liturgia.

            La historia ha demostrado que un Obispo, una Conferencia Episcopal, un Concilio, o incluso un Papa pronunciaron errores en su Magisterio ordinario y no infalible. ¿Qué deben hacer los fieles en tales circunstancias? En sus diversas obras, Santo Tomás de Aquino enseña que, donde la fe está en peligro, es lícito, incluso adecuado, resistir públicamente a una decisión papal, como lo hizo San Pablo a San Pedro, el primer Papa. En efecto, “San Pablo, que estaba sujeto a San Pedro, lo reprendió públicamente por un riesgo inminente de escándalo en una cuestión de fe. Y San Agustín comentó, “incluso San Pedro mismo dio ejemplo a los mayores en no desdeñarse en ser corregidos aun por los inferiores de haber abandonado el camino recto” (Ad Gálatas 2, 14)” (Summa theologiae, II-II, q. 33, a. 4, ad 2).

            Santo Tomás dedica toda una pregunta a la corrección fraterna en la Summa. La corrección fraterna también puede ser dirigida por los súbditos a sus superiores y por los laicos contra los prelados. “Dado que, sin embargo, un acto virtuoso debe ser moderado por las circunstancias debidas, se sigue que cuando un sujeto corrige a su superior, debe hacerlo de manera adecuada, no con descaro y dureza, sino con dulzura y respeto” (Summa theologiae, II-II, q.33, a.4, respondeo). Si existe un peligro para la fe, los súbditos están obligados a reprender públicamente a sus prelados, incluido el Papa: “Por tanto, debido al riesgo de escándalo en la fe, Pablo, que de hecho estaba sujeto a Pedro, lo reprendió públicamente” (ibidem).

            La persona y el oficio del Papa tiene su significado en ser sólo el Vicario de Cristo, un instrumento y no un fin, y como tal, este significado debe ser utilizado, si no queremos cambiar la relación entre los medios y el fin al revés. Es importante subrayar esto en un momento en el que, especialmente entre los católicos más devotos, existe mucha confusión al respecto. Y además, la obediencia al Papa o al Obispo es un instrumento, no un fin. El Romano Pontífice tiene autoridad plena e inmediata sobre todos los fieles, y no hay autoridad en la tierra superior a él, pero no puede, ni por declaraciones erróneas ni ambiguas, cambiar y debilitar la integridad de la fe católica, la constitución divina de la Iglesia o la tradición constante del carácter sagrado y sacrificial de la liturgia de la Santa Misa. Si esto sucede, existe la posibilidad y el deber legítimo de los Obispos e incluso de los fieles laicos, no solo de presentar llamamientos privados y públicos y propuestas de corrección doctrinal, sino también actuar en “desobediencia” de una orden papal que cambia o debilita la integridad de la Fe, la Constitución Divina de la Iglesia y la Liturgia. Esta es una circunstancia muy rara, pero posible, que no viola, pero confirma la regla de devoción y obediencia al Papa, llamado a confirmar la fe de sus hermanos. Tales oraciones, apelaciones, propuestas de rectificación doctrinal y una supuesta «desobediencia» son, por el contrario, una expresión de amor al Sumo Pontífice para ayudarlo a convertirse de su peligrosa conducta de descuidar su deber primordial de confirmar a toda la Iglesia de manera inequívoca y vigorosa en la Fe. Debido al amor por el ministerio papal, el honor de la Sede Apostólica y la persona del Romano Pontífice, algunos santos como por ejemplo Santa Brígida de Suecia y Santa Catalina de Siena, no dudaron en amonestar a los Papas, a veces incluso en términos algo fuertes.

5. He oído decir que “no debemos confrontar la liturgia tradicional, concretamente la Misa según el Rito Extraordinario, con ninguna de las recientes ordenaciones litúrgicas aprobadas y promovidas por la Iglesia Jerárquica, ya que es Madre y Maestra, que, guiada por el Espíritu Santo y nunca abandonada por la Providencia Divina, propone lo que en cada momento de la historia juzga más adecuado para el progreso espiritual de sus hijos”. ¿Que nos puede decir al respecto? Según el argumento antes citado, ¿avanzaremos más en el progreso espiritual con la reforma litúrgica que con la tradicional, ya que es lo que conviene a este momento de la historia?

            Detrás de esta afirmación hay en última instancia una especie de infalibilización total de todos los actos del Magisterio, incluso aquellos que están inherentemente sujetos a equivocaciones y que son capaces de una modificación, como es el caso de la ordenación de ciertas normas litúrgicas. El propio Concilio Vaticano II dice que ha habido momentos en el curso de la historia de la Iglesia en los que ciertas costumbres litúrgicas, incluso prescritas por la propia Iglesia, han demostrado objetivamente ser desfavorables. El Concilio habla en el documento “Sacrosanctum Concilium” (cf. n. 50) de los elementos litúrgicos que han sufrido daños por circunstancias desfavorables de una época concreta y que han de recuperar ahora el vigor que tenían en los días de los santos Padres, según parezca útil o necesario.

            La guía del Espíritu Santo no puede extenderse ciegamente a todas las épocas de la historia de la iglesia. Porque evidentemente hubo épocas en la historia de la Iglesia en las que, durante mucho tiempo, generalmente alrededor de setenta años, los representantes oficiales del Magisterio y el liderazgo de la Iglesia causaron daño espiritual a través de sus acciones. Fue, por ejemplo, ¿el cautiverio babilónico del papado en a Aviñón, que duró setenta años, algo que la Providencia Divina propone lo que en cada momento de la historia juzga más adecuado para el progreso espiritual de sus hijos? La situación del papado en Aviñón no fue un progreso espiritual. ¿Fue el hecho de que en toda la Iglesia de Roma, durante siglos, a los niños inocentes que creían en la presencia de Cristo en la Eucaristía, y deseaban recibir la Sagrada Comunión, se les prohibió recibir la Sagrada Comunión por siglos, fue eso algo que la Providencia Divina propone para el progreso espiritual? Es simplemente imposible que sea algo que la Providencia Divina propone como más adecuado para el progreso espiritual de los fieles, en un rito litúrgico como el Novus Ordo, donde los signos de santidad, de sublimidad, de la reverencia se reducen drásticamente, y sobre todo se debilita claramente el carácter sacrificial de la Misa. Por eso hombres espirituales, que eran grandes hombres de oración y al mismo tiempo también competentes en la liturgia, llamaron con argumentos objetivos a que el Novus Ordo debía reformarse. Se habló de la reforma de la reforma. Y hicieron esa llamada nada menos que el cardenal Ratzinger, que más tarde se convirtió en Papa Benedicto XVI, y en nuestros días el cardenal Robert Sarah, el actual prefecto de la Congregación del Culto Divino.

            Con respecto a los defectos objetivos y evidentes del Novus Ordo, no podemos comportarnos como en el cuento del traje nuevo del emperador y alabarlo, aunque nosotros mismos percibamos los defectos de ese rito litúrgico. Con tal comportamiento no estamos haciendo ningún servicio para la Iglesia y tal comportamiento, en última instancia, no es una expresión de verdadero amor por la Iglesia. El movimiento de la reforma de la reforma y el gran amor por el rito de todos los tiempos de la Santa Misa ha llegado ahora a todos los grupos de categorías de los fieles, y especialmente a los jóvenes e incluso a los niños, que se sienten instintivamente tocados en su alma por la gran belleza y santidad que irradia este rito tradicional. Es un rito de todas las edades, de todas las profesiones, de todos los pueblos y naciones, realmente un rito católico en el verdadero sentido de la palabra. Este movimiento de reforma de la reforma y de a difusión cada vez mayor del rito tradicional es en realidad lo que la Providencia Divina propone en nuestro tiempo para el progreso espiritual de los hijos de la Iglesia.

6. Hace poco me expresaba una madre de familia su preocupación por los sacerdotes, las familias, los laicos de su diócesis. Su preocupación nacía al ver cómo un tipo de oración se iba extendiendo por diversas parroquias; la oración a que hacía referencia era la oración de alabanza. Leo el relato de esa madre: “He podido ver un vídeo de dichas oraciones y se observa a los jóvenes moverse hacia los lados con los brazos alzados y algunos de ellos saltaban al son de la música, mientras el sacerdote, alzando la voz, les iba dirigiendo la oración con el Santísimo expuesto. Conozco a estos presbíteros y a alguno de los matrimonios que lo hacen. Hablé con un matrimonio muy piadoso y le comenté que ese tipo de oración provenía del protestantismo y que era terrible ver a los jóvenes rezar de ese modo frente al santísimo, pero ellos me dijeron que les había cambiado la vida como familia y que no por hacer ese tipo de oración habían abandonado la adoración a solas con Dios. Que ambas eran compatibles y beneficiosas…”. ¿Qué nos puede decir al respecto? ¿Encierra algún peligro esa manera de oración o de adoración? ¿Es recomendable? ¿Se puede justificar por los “frutos”, o “dones” que dicen haber como la glosolalia, las lágrimas, etc.?

            Aquí estoy siguiendo las muy sólidas y competentes observaciones del muy conocido devoto y gran liturgista Sr. Peter Kwasniewski, de los Estados Unidos.

            La primera cualidad de la liturgia es la santidad, la idoneidad para la celebración de los sagrados misterios de Cristo, y la libertad de la mundanalidad, o incluso de lo que sugiere el dominio secular. Por eso es especialmente importante que la música litúrgica esté y parezca estar exclusivamente conectada y consagrada a la liturgia de la Iglesia. Si el estilo musical se toma prestado del mundo exterior y se lleva al templo, profana la liturgia y daña el progreso espiritual de la gente. La música sacra no debe tener reminiscencias de la música secular, ni en sí misma ni en la forma en que se interpreta. Además, el enfoque instrumental, con el uso de guitarras, el tocar la batería, transmite fuertemente la atmósfera de la música secular, ya que estos instrumentos están asociados a estilos que tienen en común su naturaleza extra-eclesiástica: el repertorio de sala de conciertos, jazz, rock antiguo y folklore contemporáneo. El estilo del canto cristiano popular constituye uno de los mayores problemas. La voz se desliza de un tono a otro, con la pala y el gorjeo que se derivan de los estilos de jazz y pop. Tal estilo se opone al tono puro y la armonía lúcida que se persigue en los conjuntos polifónicos y a la unanimidad tranquila que se busca en el canto Gregoriano al unísono, que simbolizan la unidad y la catolicidad de la Iglesia. El ritmo métrico regular y las melodías sugieren un confinamiento a lo terrenal y el consuelo de la familiaridad, porque carecen de grandeza, carecen de majestad, carecen de dignidad, de sublimidad y de trascendencia, en oposición a las melodías del canto tradicional, que tan bien evocan la eternidad, el infinito y la «transcendencia» del divino. Una prueba de si un estilo de música propuesto para la Iglesia es verdaderamente universal, es preguntarse, si imponerlo, por ejemplo, folklore, jazz, pop, rock, a un país o pueblo extranjero sería una especie de imperialismo. Con el canto gregoriano, la respuesta es obviamente no, porque, como el latín, el canto gregoriano no pertenece a ninguna nación, a ningún pueblo, período o movimiento: se desarrolló lentamente desde la antigüedad de los tiempos de los Apóstoles hasta los siglos más recientes; los compositores del canto gregoriano son predominantemente anónimos; fue asumido por la Iglesia de rito latino como el vestido musical definitivo de su liturgia. En resumen, dondequiera que viajó la liturgia latina por el mundo, allí también viajó el canto gregoriano, y nunca se ha percibido como otra cosa que “la voz de la Iglesia en oración”. En contraste, el estilo de las canciones carismáticas de Alabanza y Adoración es obviamente contemporáneo, estadounidense y secular. Si los misioneros impusieran estas canciones a alguna tribu indígena en otras partes del mundo, sería comparable a pedirles que se vistan, coman y hablen como estadounidenses. En ese sentido, es comparable a los jeans, Coca-Cola y iPhones.

            San Agustín en las Confesiones se pregunta sobre si la música debería tener algún papel en la liturgia, debido al peligro de que pueda llamar demasiado la atención sobre sí misma o sobre su ejecutante. Finalmente, San Agustín concluye que la música puede y debe tener un papel, pero solo si es extremadamente reservado y moderado. Un hermoso canto de un salmo puede provocar lágrimas, pero son las lágrimas de los espiritualmente sensibles. El «afecto del corazón» del que habla san Agustín es un suave movimiento del corazón hacia lo divino y alejándose de la dependencia de los sentidos y los apetitos de la carne. Una cultura predispuesta a pensar que todo el mundo debería estar «en la exaltación y euforia» a través del atletismo, las drogas, los conciertos de rock, también incitará a los fieles a pensar que la oración y la adoración deberían ser de la misma manera. ¡Uno debería sentirse «en la exaltación y euforia»! La música sacra nunca ha tenido como objetivo un subidón tan emocional. De hecho, lo ha evitado concienzudamente, para protegerse del peligro de que el hombre caído se sumerja en (y se limite) a sus sentimientos. “La Divina Providencia ha dispuesto que la música litúrgica sea austera e inflexible a los caprichos personales; los sentimientos de profunda reverencia mezclados con temor de Dios y amor de Dios rompen las trampas que Satanás ha tendido para el cantante de la Iglesia” (Dom Gregory Hügle, O.S.B: The Caecilia, vol. 61, n. 1 (January 1934), 36). La música sacra mueve suavemente las emociones del hombre para apoyar y promover las actividades intelectuales de meditación y contemplación. Este enfoque corresponde al consejo de los maestros espirituales de todas las edades, quienes, aunque reconocen que la emoción (o sentimiento o pasión) tiene un valor y un lugar legítimos en la vida humana, son cautelosos a la hora de fomentarla o aprovecharla para el ascenso de la mente a Dios. Es más probable que la emoción tenga un efecto de enturbiamiento o distracción que uno que aclare o concentre; puede conducir a una ilusión de auto-trascendencia que es evanescente y decepcionante. El pentecostalismo es un nuevo fenómeno, en un sentido, casi una nueva religión. El pentecostalista, carismático, sentimentalista, y la experiencia irracional religiosa ha penetrado en muchas confesiones cristianas e incluso religiones no cristianas y presenta un peligro espiritual real.

            Tenemos dos ramas principales en el cristianismo: la cristiandad católico- ortodoxa que es sacramental y tiene sus sacerdotes y una jerarquía episcopal y la protestante que no lo tiene. Y ahora, tenemos una nueva rama cristiana, la pentecostalista, que iguala la esencia de la religión con el sentimiento y el irracionalismo, aunque ya estos principios fueron anticipados de alguna forma por Martín Lutero. La nueva religión evangélica cristiana es peligrosa y lleva a la destrucción de la virtud de la religión, la auténtica relación con Dios. El pentecostalismo termina en subjetivismo y en arbitrariedad. La experiencia y el sentimiento se convierten en la medida de todas las cosas. Hay una falta de razón, de verdad, del temor de Dios necesario. Sin embargo, la Revelación divina está intrínsecamente unida a la razón y a la verdad, Jesucristo, el Hijo Encarnado de Dios, es la palabra, el Logos, la verdad, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. En el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre la Virgen María y los Apóstoles y los discípulos de Cristo, no hablaban palabras ininteligibles sino idiomas bien articulados, que todo el mundo podía entender. En Pentecostés, Nuestra Señora y los Apóstoles no cayeron al suelo y “descansaron en el espíritu”, como ocurre en muchos eventos de la Renovación Carismática en nuestros días. El día de Pentecostés, la Virgen María y los Apóstoles no practicaron la glosolalia hablando de forma incoherente o ininteligible, no lloraron, no daban palmas, saltaban o bailaban como ocurre de forma característica en muchos eventos y liturgias carismáticas católicas. La sagrada liturgia usa la expresión “sobria ebrietas Spiritus”, que significa una “ebriedad sobria” con El Espíritu Santo. Esto significa tener un corazón ardiente y sin embargo permanecer sobrio, ordenado, guiado por la razón, maravillado por lo sobrenatural y por la fe.

7. La doctrina de la Iglesia es, lógicamente, muy clara en relación con la sacralidad de la vida humana, aunque echo en falta una actualización de los pastores en esa batalla que entiendo debe ser «a tiempo y a destiempo», y sin embargo observo un cierto abandono de ese frente. ¿Ha habido algún pronunciamiento en relación con el infanticidio legalizado en Nueva York y otros lugares?

            El Concilio Vaticano II hizo esta famosa declaración sobre el aborto, que era un crimen atroz e indescriptible (cf. Gaudium et Spes, 51). El Papa Juan Pablo II ha dedicado una encíclica a la protección de la vida humana con el título «Evangelium vitae», en la que condenó todas las formas de matar la vida por nacer en términos muy enérgicos. El infanticidio es, en última instancia, la consecuencia lógica del cruel asesinato de un niño en el útero. Con respecto a la ley de infanticidio en los EE. UU. (en el Estado de New York), el Vaticano y los obispos responsables en los EE. UU. no reaccionaron con la suficiente claridad ni energía. Los políticos que se dicen a sí mismos católicos y que han apoyado y defendido públicamente tales leyes deberían haber sido excomulgados. Dejar a tales católicos impunes significa en última instancia una profanación del nombre «católico» y una vergüenza para la Iglesia católica. Es una omisión flagrante de los responsables en la Iglesia.

8. En el caso de España se prepara una ley que viola gravemente los derechos de la familia, arrebatándola la educación de sus hijos. Ante ese atropello ¿no debería pronunciarse la Santa Sede? ¿Cuál es la enseñanza de la Iglesia respecto a la educación de los hijos?

            Papa León XIII enseña: “En la medida en que el hogar doméstico es antecedente, tanto en la idea como en la realidad, de la reunión de los hombres en una sociedad, la familia debe tener necesariamente derechos y deberes anteriores a los de la sociedad, ellos son fundamentados de manera más inmediata en la naturaleza … La afirmación, entonces, de que el gobierno civil debería, a su opción, entrometerse y ejercer un control íntimo sobre la familia y el hogar es un gran y pernicioso error. La autoridad paterna no puede ser abolida ni absorbida por el Estado; porque tiene la misma fuente que la vida humana misma” (Rerum Novarum). Existe un documento muy importante y fundamental de la Santa Sede sobre este tema, la Carta de los Derechos de la Familia del Pontificio Consejo para la Familia del 22 de octubre de 1983, donde se dice: “Dado que han conferido la vida a sus hijos, los padres tienen el derecho original, primario e inalienable de educarlos; por tanto, deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos. a) Los padres tienen derecho a educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas, teniendo en cuenta las tradiciones culturales de la familia que favorecen el bien y la dignidad del niño. b) Los padres tienen derecho a elegir libremente las escuelas u otros medios necesarios para educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones. c) Los padres tienen derecho a garantizar que sus hijos no sean obligados a asistir a clases que no estén de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas. En particular, la educación sexual es un derecho básico de los padres y siempre debe llevarse a cabo bajo su estrecha supervisión, ya sea en el hogar o en los centros educativos elegidos y controlados por ellos. d) Se violan los derechos de los padres cuando el Estado impone un sistema educativo obligatorio del que se excluye toda formación religiosa. e) El derecho primordial de los padres a educar a sus hijos debe respetarse en todas las formas de colaboración entre padres, maestros y autoridades escolares, y en particular en las formas de participación diseñadas para dar voz a los ciudadanos en el funcionamiento de las escuelas y en la formulación e implementación de las políticas educativas».

9. En toda Europa ya no hay vacuna contra el sarampión que no haya sido fabricada con células de fetos humanos abortados. En Alemania por ejemplo se obliga a los padres por ley a vacunar a sus hijos contra el sarampión. Parece que habrá pronto diferentes vacunas contra el nuevo Coronavirus; entre estas vacunas, algunas producidas con células de fetos abortados y otras que fueron producidas sin células de fetos abortados. Especialistas no excluyen que el ARN mensajero pueda producir una mutación en el ser humano. ¿Qué debemos hacer frente a este panorama problemático éticamente?

            En el caso de las vacunas elaboradas a partir de líneas celulares de fetos humanos abortados vemos una clara contradicción: es decir, de un lado, entre la doctrina católica que rechaza categóricamente, y más allá de la sombra de una ambigüedad, el aborto en todos los casos como un grave mal moral que clama al cielo por venganza (ver Catecismo de la Iglesia Católica 2268, 2270 y sigs.), y la práctica de considerar las vacunas derivadas de líneas celulares fetales abortadas como moralmente aceptables en casos excepcionales de “necesidad urgente”, sobre la base de una cooperación material remota pasiva. El principio teológico de la cooperación material es ciertamente válido y puede aplicarse a una gran cantidad de casos (pago de impuestos, uso de productos del trabajo de esclavitud, etc.). Sin embargo, este principio difícilmente se puede aplicar al caso de las vacunas elaboradas a partir de líneas celulares fetales, porque quienes las reciben consciente y voluntariamente, entran en una especie de concatenación, aunque muy remota, con el proceso de la industria del aborto. El crimen del aborto es tan monstruoso que cualquier tipo de concatenación con este crimen, incluso uno muy remoto, es inmoral y no puede ser aceptado en ninguna circunstancia por un católico una vez que ha tomado plena conciencia de él. Quien usa estas vacunas debe darse cuenta de que su cuerpo se está beneficiando de los «frutos» de uno de los mayores crímenes de la humanidad (aunque con pasos remotos mediante una serie de procesos químicos).

            Una comparación puede ilustrar esto. Los primeros cristianos pagaban impuestos al estado pagano, aunque sabían que parte de estos impuestos era utilizado por el estado para financiar la idolatría. Pero cuando cada cristiano se enfrentó a la idolatría y tuvo que poner un grano de incienso frente a una estatua del ídolo, los cristianos se negaron y prefirieron morir como mártires. Cualquier vínculo con el proceso de aborto, incluso el más remoto e implícito, ensombrecerá el deber de la Iglesia de dar testimonio inquebrantable de la verdad de que el aborto debe ser rechazado por completo.

            Los fines no pueden justificar los medios. Estamos viviendo uno de los peores genocidios conocidos por el hombre. Millones y millones de bebés en todo el mundo han sido sacrificados en el útero de su madre, y día tras día este genocidio oculto continúa a través de la industria del aborto y las tecnologías fetales y el impulso de gobiernos y organismos internacionales para promover tales vacunas como uno de sus objetivos. Los católicos no pueden ceder ahora; hacerlo sería tremendamente irresponsable. La aceptación de estas vacunas por parte de los católicos, sobre la base de que sólo implican una “cooperación remota, pasiva y material” con el mal, haría el juego a sus enemigos y debilitaría el último baluarte contra el aborto. La investigación biomédica que explota a los inocentes no nacidos y utiliza sus cuerpos como «materia prima» para el propósito de las vacunas parece más similar al canibalismo. También debemos considerar que, en el análisis final, para algunos en la industria biomédica, las líneas celulares de los niños no nacidos son un «producto», el abortista y el fabricante de la vacuna son el «proveedor» y los receptores de la vacuna son consumidores. La tecnología basada en el asesinato tiene sus raíces en la desesperanza y termina en la desesperación.

            Debemos resistir el mito de que «no hay alternativa». Al contrario, debemos proceder con la esperanza y la convicción de que existen alternativas y que el ingenio humano, con la ayuda de Dios, puede descubrirlas. Este es el único camino de la oscuridad a la luz y de la muerte a la vida. Más que nunca necesitamos el espíritu de los confesores y mártires que evitaron la menor sospecha de colaboración con el mal de su época. La Palabra de Dios dice: “Sed simples como hijos de Dios sin reproche en medio de una generación depravada y perversa, en la cual debéis brillar como luces en el mundo” (Fil. 2, 15).

10. ¿Cómo y dónde encontrar esperanza dada la situación de la Iglesia, especialmente de sus pastores que son los que guían al Pueblo de Dios?

            Dios nunca deja su Iglesia. En tiempos de gran necesidad e incluso de fracaso de la mayoría de los obispos, Dios usa medios efectivos para renovar su Iglesia. En una época cuando la persecución de la Iglesia era interna, como fue el caso del arrianismo en el siglo cuarto, san Hilario —el Atanasio del Oeste— hizo la siguiente declaración alentadora: “En esto consiste la particular naturaleza de la Iglesia, que triunfa cuando es derrotada, que se entiende mejor cuando es atacada, que se levanta cuando sus infieles miembros desertan” (De Trin. 7,4). Son muchas las almas que sufren en nuestros días, sobre todo durante los últimos cincuenta años, debido a la tremenda crisis de la Iglesia. Lo más preciado es el sufrimiento escondido de los pequeños, de las personas que han sido expulsadas a la periferia de la Iglesia por el liberal, mundano e incrédulo establishment eclesial. Sus sufrimientos son preciosos, ya que consuelan y fortalecen a Cristo, que sufre de manera mística en nuestra actual crisis de la Iglesia. Creo que en el futuro la Iglesia disminuirá en número y en influencia social directa. Será aún más despreciada y discriminada por el mundo. No excluyo que la Iglesia en el futuro llevará en parte o en ciertas regiones una vida eclesiástica semiclandestina. En tal situación, Dios derramará gracias especiales de la fuerza de la fe, de la pureza de la vida y de la belleza de la liturgia. Sobre todo, creo, que en tal situación Dios le dará a su Iglesia nuevamente valientes Papas, confesores de fe y quizás incluso mártires.

            Podemos creer que el triunfo del Inmaculado Corazón, anunciado por Nuestra Señora en Fátima, se preparará primero para un período de purificación de la Iglesia a través de la persecución. Pero el triunfo de Cristo a través del Inmaculado Corazón de María ciertamente lo verá. Es por eso que, incluso en medio de la tribulación actual, debemos vivir con gran esperanza y confianza. Tenemos a Dios, tenemos a Jesús en la Eucaristía, y así tenemos todo. Sin embargo, incluso en medio de tantos Judas clericales dentro de la Iglesia hoy, nosotros tenemos que mantener siempre una visión sobrenatural en la victoria de Cristo, que triunfará a través del sufrimiento de su Esposa, que triunfará por el sufrimiento de los puros y pequeños de todas las clases de los miembros de la Iglesia: niños, jóvenes, familias, religiosos, sacerdotes, obispos y cardenales. Cuando ellos tratan de permanecer fieles a Cristo, cuando se mantienen firmes en la fe católica, cuando viven en castidad y humildad, son los puros y pequeños de la Iglesia. Las siguientes palabras de san Pablo, que se pueden decir de cada alma individual, también se aplican casi en el mismo sentido de la Iglesia, y particularmente de Iglesia de nuestros tiempos: «Si sufrimos con Él, entonces seremos glorificados con Él» (Rm 8,17).

11. ¿Cómo debemos poner en práctica los seglares la nueva evangelización de Europa en un escenario tan hostil como el creado artificialmente por la gobernanza globalista?

Un santo obispo del inicio del cuarto siglo, aun durante la persecución de la Iglesia, nos dejó la siguiente preciada declaración sobre la singularidad de la Iglesia: «La única Iglesia, Católica y Apostólica, permanecerá siempre indestructible, incluso cuando el mundo entero le pague con la guerra en su contra. Porque su Señor la fortaleció diciendo: «¡Ánimo!: Yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Así habló San Alejandro de Alejandría, predecesor inmediato de San Atanasio. En el obelisco de la plaza de San Pedro están inscritas las palabras Christus vincit, y la punta del obelisco contiene una reliquia de la verdadera Cruz. La iglesia romana, la sede apostólica de San Pedro, es coronada, por así decirlo, con estas luminosas palabras Christus vincit y con el poder de la santa Cruz de Cristo. En medio de la oscuridad de la actual crisis de nuestro tiempo, nos pueden iluminar y alentar las palabras del Papa León I el Magno (†461), que solía describir la invencible fe de los pequeños de la Iglesia. Afirmaba: «La fe establecida como regalo del Espíritu Santo no temía a cadenas, encarcelamientos, destierros, hambre, fuego, ataques de las bestias salvajes, tormentos refinados de los crueles perseguidores. Por esta fe en todo el mundo, no solo hombres, sino también mujeres, no solo adolescentes imberbes, sino también jovencitas lucharon hasta el derramamiento de su sangre» (Sermón 74,3). Cito una observación muy actual del Arzobispo Fulton J. Sheen quien dice: «¿Quién va a salvar nuestra Iglesia? No lo harán ni nuestros obispos, ni nuestros sacerdotes, ni nuestros religiosos. Es una tarea para vosotros, para el pueblo. Poseéis la inteligencia, los ojos, los oídos para salvar a la Iglesia. Vuestra misión es constatar que vuestros sacerdotes actúan como sacerdotes, vuestros obispos como obispos, y vuestros religiosos como religiosos». Hoy en día, también los laicos permanecen fieles —los pequeños—. Y con su fe pura y simple llevan el peso de la Iglesia sobre sus hombros.

 

Transcripción del P.  Nilton Bustamante Vásquez, mCR,