Hace algún tiempo leí en internet este título como encabezamiento de un artículo referido a la lengua latina. Hoy lo pido prestado a su autor para encabezar esta pequeña reflexión en torno a la lengua madre de los idiomas romances y, como es bien sabido, lengua de la Iglesia Católica y Romana.
El idioma que estoy utilizando al escribir estas líneas –en este caso el castellano- es uno de los idiomas derivados de la lengua del Lacio, es decir, de Roma; de allí que se les conozca como lenguas romances; son lenguas latinas, entre ellas, aparte del castellano, el francés, el italiano, el rumano. La lengua latina fue la lengua del Imperio Romano y como tal está hoy en día presente en los idiomas hablados y derivados de la lengua imperial; somos, por tanto, lingüística y culturalmente hablando, latinos. Los préstamos y raíces latinas presentes en nuestros idiomas romances –como también los de origen griegos- son abundantísimos y los usamos con frecuencias sin que ni siquiera nos demos cuenta.
Con el tiempo, la lengua del Imperio romano se transformó en la lengua de la Iglesia Católica y Romana y hasta el día de hoy sigue siéndolo, pues todos los documentos emanados de la Santa Sede se escriben en esta lengua y luego se hacen las traducciones a las lenguas vernáculas. De todo lo anterior, se puede deducir que la lengua latina ha estado presente desde el principio en la historia de nuestra civilización occidental y cristiana. Una persona medianamente culta debe saber que es insoslayable la importancia del latín desde el punto de vista lingüístico y educativo, como medio de comunicación y como punto de encuentro de valores religiosos y cristianos, y vínculo presente en la literatura latino-cristiana.
Desde la perspectiva estrictamente eclesiástica, el latín en cuanto idioma oficial de la Iglesia constituye un instrumento de unidad, coherencia y claridad doctrinal. Un documento fundamental emanado del magisterio del Beato Juan XXIII, la Veterunm sapientia, explicita su enseñanza en los seminarios, universidades y establecimientos educativos. Por su parte, el Siervo de Dios Juan Pablo II el 3 de septiembre de 1978 reivindicó su importancia al inicio de su pontificado al decir: “Hemos querido comenzar este homilía en latín, porque, es sabido, es la lengua oficial de la Iglesia, cuya universalidad y unidad expresa palmaria y eficazmente”.
Hoy cuando el querido Papa Benedicto XVI, nos señala a través de su magisterio la necesidad de buscar la hermenéutica de la continuidad en la vida litúrgica-eclesial, y fundamentalmente con la liberalización de la Sancta Missa en el idioma de la Iglesia, mediante lo que él llama la Forma Extraordinaria del único rito romano, la lengua latina vuelve a resonar con nuevos bríos al interior de muchos templos, Urbi et orbi.
Una conveniente catequesis y una apertura de los corazones y las inteligencias que lleve a mostrar que el esplendor de la liturgia latina está en la acogida de las catequesis litúrgicas y del magisterio de Benedicto XVI, no tiene por qué llevar a creer que el uso de la lengua romana es un flashback (perdonen el anglicismo, que es una suerte ahora de imperialismo lingüístico) en el uso litúrgico.
Somos latinos y, como lo expresé más arriba, la lengua latina es y será siempre la lengua de nuestra identidad católica, es decir, universal. Cuando participo en una misa en latín no sólo percibo la presencia de lo numinoso (como diría R. Otto), sino que descubro la presencia de Dios en el esplendor de la liturgia con que se le rinde culto. El que piense lo contrario, demuestra un menosprecio cabal por nuestra raíces, pues es como atentar con nuestra propia cultura cristiano-occidental.
El idioma que estoy utilizando al escribir estas líneas –en este caso el castellano- es uno de los idiomas derivados de la lengua del Lacio, es decir, de Roma; de allí que se les conozca como lenguas romances; son lenguas latinas, entre ellas, aparte del castellano, el francés, el italiano, el rumano. La lengua latina fue la lengua del Imperio Romano y como tal está hoy en día presente en los idiomas hablados y derivados de la lengua imperial; somos, por tanto, lingüística y culturalmente hablando, latinos. Los préstamos y raíces latinas presentes en nuestros idiomas romances –como también los de origen griegos- son abundantísimos y los usamos con frecuencias sin que ni siquiera nos demos cuenta.
Con el tiempo, la lengua del Imperio romano se transformó en la lengua de la Iglesia Católica y Romana y hasta el día de hoy sigue siéndolo, pues todos los documentos emanados de la Santa Sede se escriben en esta lengua y luego se hacen las traducciones a las lenguas vernáculas. De todo lo anterior, se puede deducir que la lengua latina ha estado presente desde el principio en la historia de nuestra civilización occidental y cristiana. Una persona medianamente culta debe saber que es insoslayable la importancia del latín desde el punto de vista lingüístico y educativo, como medio de comunicación y como punto de encuentro de valores religiosos y cristianos, y vínculo presente en la literatura latino-cristiana.
Desde la perspectiva estrictamente eclesiástica, el latín en cuanto idioma oficial de la Iglesia constituye un instrumento de unidad, coherencia y claridad doctrinal. Un documento fundamental emanado del magisterio del Beato Juan XXIII, la Veterunm sapientia, explicita su enseñanza en los seminarios, universidades y establecimientos educativos. Por su parte, el Siervo de Dios Juan Pablo II el 3 de septiembre de 1978 reivindicó su importancia al inicio de su pontificado al decir: “Hemos querido comenzar este homilía en latín, porque, es sabido, es la lengua oficial de la Iglesia, cuya universalidad y unidad expresa palmaria y eficazmente”.
Hoy cuando el querido Papa Benedicto XVI, nos señala a través de su magisterio la necesidad de buscar la hermenéutica de la continuidad en la vida litúrgica-eclesial, y fundamentalmente con la liberalización de la Sancta Missa en el idioma de la Iglesia, mediante lo que él llama la Forma Extraordinaria del único rito romano, la lengua latina vuelve a resonar con nuevos bríos al interior de muchos templos, Urbi et orbi.
Una conveniente catequesis y una apertura de los corazones y las inteligencias que lleve a mostrar que el esplendor de la liturgia latina está en la acogida de las catequesis litúrgicas y del magisterio de Benedicto XVI, no tiene por qué llevar a creer que el uso de la lengua romana es un flashback (perdonen el anglicismo, que es una suerte ahora de imperialismo lingüístico) en el uso litúrgico.
Somos latinos y, como lo expresé más arriba, la lengua latina es y será siempre la lengua de nuestra identidad católica, es decir, universal. Cuando participo en una misa en latín no sólo percibo la presencia de lo numinoso (como diría R. Otto), sino que descubro la presencia de Dios en el esplendor de la liturgia con que se le rinde culto. El que piense lo contrario, demuestra un menosprecio cabal por nuestra raíces, pues es como atentar con nuestra propia cultura cristiano-occidental.
Comentario mío: Espero con ansiedad la siguiente parte...
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